Nota del autor: es una historia basada, casi casi, en hechos reales.
“Porque el amor es un
estado placentero que nos hace olvidar, por momentos, lo injusta y caprichosa
que es la vida.”
Eran
las últimas palabras que Elisabeth Norton leía cada noche antes de acostarse, la
frase que le permitía aferrarse a aquella mentira en la que se había convertido
su vida. Pero no le importaba. De hecho, en el año 2175, las vidas de todas las
personas estaban conformadas por pequeñas mentiras. Las pocas verdades que aún
se conservaban estaban escondidas en unos pocos libros físicos, como aquel
ejemplar rústico que guardaba celosamente en la cabecera de su cama. El mundo
se había convertido en un lugar frío donde la tecnología había reemplazado a
los sentimientos humanos, convirtiendo a las personas en expositores andantes
de hipocresía y falsa felicidad. Pero… ¿para qué sirve estar rodeado de
tecnología si uno no se tiene con quién comunicarse? solía preguntarse
Elisabeth todos los días. Era una mujer enérgica, con carácter, de unos
cuarenta años (no era fácil saber su edad exacta porque las mujeres, cuando
pasan de los treinta y cinco años, siempre tienden a mentir sobre su edad) que
había logrado colarse en el Programa Oficial de Contactos (POC) avalado por el
Estado.
El
POC era la única manera legal de poder encontrar pareja. Evidentemente, había
otras formas de conocer gente y de relacionarse, pero si uno quería ir más allá,
debía rellenar un formulario estándar, apuntarse en el registro y esperar a
que, con suerte, le llamasen para la siguiente fase. Una vez superada la
primera fase, uno debía pagar una gran suma de dinero y prestarse a multitud
pruebas físicas, genéticas y psicológicas para ver si cumplía los requisitos
mínimos como para que lo consideraran apto
para tener descendencia. Obviamente, no todo el mundo podía apuntarse en el
POC, en especial los más pobres y los propensos a suspender las pruebas. De
este modo, el Estado mataba dos pájaros de un tiro: por un lado recaudaba
muchísimo dinero y, por otro, podía llevar a cabo un control poblacional. Entonces,
si los únicos que podían encontrar pareja y tener descendencia eran los más
guapos y ricos, ¿cómo pudo Elisabeth, una mujer con escasos recursos
económicos, entrar en el POC? Pues porque, en realidad, Elisabeth Norton no era
Elisabeth Norton. Era otra persona.
Laura
Parker nació en una familia pobre, a las afueras de Chicago, en un gueto construido
por el Estado para la gente con pocos recursos. Era la hija mayor de los
Parker, un matrimonio formado por un padre alcohólico y una madre depresiva. Acudió
a un colegio religioso y se pasó la mayor parte de su infancia cuidando de sus
cuatro hermanos pequeños. Por ello, apenas tuvo tiempo para relacionarse con
chicos de su misma edad. A los dieciocho años obtuvo una beca parcial y pudo
estudiar sociología en la Universidad pública de Chicago. Por las mañanas
acudía a clase y por las tardes trabajaba de camarera en un antro de mala
muerte, en un barrio de las afueras de la ciudad. Fue allí donde conoció a Erik
Petersen, un chico apuesto y desvergonzado que no tenía problemas económicos. La
familia de Erik era rica. Ambos congeniaron enseguida y a pesar de haber nacido
en ambientes totalmente diferentes, no dudaron en salir juntos. Dicen que los
polos opuestos se atraen. Pero, tras cinco meses de relación, las cosas se complicaron
bastante: la familia de Erik quería que encontrase a una chica de su nivel, e hizo todo lo posible para
separarlos. Al final, Erik decidió dejar a Laura y no volvieron a verse nunca
más.
Laura,
con el corazón destrozado, se centró en sus estudios y consiguió terminar la
carrera. Intentó olvidar a Erik y, a pesar de que quedó con un par de chicos,
su corazón seguía latiendo por Erik. Un día, estaba sentada viendo su
televisión holográfica, cuando un anuncio del canal público le llamó la
atención: ¡Atención joven! ¿Quieres
encontrar al amor de tu vida? ¡Esta es tu oportunidad! Nace el POC, el Programa
Oficial de Contactos, gracias al cual podrás formar una familia. Si estás
interesado, llama al número 672433XXX. Lo que el anuncio no decía era que
había que pagar un dineral para poder entrar en el programa. Y peor aún, que a
partir de ese momento el POC pasaría a ser la única forma legal de tener
descendencia. Cuando llamó al número de teléfono, la persona que le atendió le
dijo amablemente que se olvidase del asunto si no podía pagar diez mil dólares
en metálico. Y no aceptaban el pago a plazos. Desilusionada, Laura siguió
lamentándose por su desdichada vida durante un par de semanas hasta que se le
ocurrió una gran idea: suplantaría a una mujer que estuviese dentro del POC. Pero…
¿cómo iba a hacerlo? Laura se acordó de Mark, un amigo que había conocido en la
universidad. Mark era un friki de la tecnología, un empollón que se pasaba
horas delante del ordenador manipulando algoritmos y programando para empresas
de software. Con su ayuda, Laura se coló en el registro y se hizo con la lista
de todos los aceptados. Allí es donde leyó por primera vez el nombre de
Elisabeth Norton, una mujer de unos cuarenta años que vivía en Chicago, no muy
lejos de donde se encontraba su casa. Laura decidió ir a hacerle una visita.
Elisabeth
Norton era una mujer alta, delgada, que se había gastado una fortuna en
operaciones de estética. De eso no había duda. Sumando el coste de la nueva
cara (pómulos, labios, barbilla…) el culo y las tetas de silicona, habría
superado con creces los diez mil dólares que costaba apuntarse al POC.
Probablemente era el precio que había que pagar por cumplir con los requisitos físicos
exigidos. Laura observaba la piel sin arrugas de Elisabeth mientras tomaba un
café en el salón de su nueva amiga.
Le explicó unas tres o cuatros el porqué de su visita:
-Necesito
que me cedas tu puesto en la lista del POC. Es vital. Por supuesto, te lo
pagaré, pero no de golpe –Laura esbozó una falsa sonrisa.
-Eso
no va a suceder. Me ha costado muchísimo entrar, y como comprenderás no estoy
dispuesta a renunciar a mi puesto. Además, lo que me pides es ilegal.
-¡A
la mierda con la legalidad! –gritó-. He de entrar en el programa para buscar a
Erik. ¿No lo comprendes? Te daré los diez mil dólares en cuanto pueda. Te lo
prometo.
-No
es solo cuestión de dinero. Ya he sobrepasado los treinta y cinco años y
necesito formar una familia. Es mi última oportunidad –dijo Elisabeth.
-¡También
es mi última oportunidad!
Siguieron charlando un buen rato sin
llegar a un acuerdo. Las súplicas de Laura se difuminaron en el mar de
indiferencia de Elisabeth. Llegados a ese punto, Laura hizo lo que haría prácticamente
cualquier mujer por amor: sacó un cuchillo afilado de su bolso y le asestó tres
cuchilladas en el cuello a su anfitriona (las mujeres pueden llegar a ser muy
despiadadas, especialmente entre ellas). Así es como Laura Parker se convirtió
en Elisabeth Norton. Antes de marcharse, se llevó un libro rústico que se
titulaba: Historia de amor.
Elisabeth
volvió a cerrar el libro por enésima vez y se echó a dormir. La cama del Centro
Oficial de Contactos no era tan cómoda como la de su casa, pero era mejor que
tumbarse en el frio suelo. Llevaba mes y medio encerrada en aquel cubículo,
esperando a que el Ordenador Central le devolviese el nombre de su amado para
poder tener una cita, pero el ansiado encuentro no se producía. Era muy posible
que Erik ni siquiera estuviese inscrito en el POC, pero aquella era una
posibilidad que Elisabeth ni se planteaba. El Ordenador Central cotejaba todos
los datos disponibles en su base de datos (edad, características físicas y
psicológicas, aficiones…) y proporcionaba los nombres de las dos personas que
más se asemejaban. Los pretendientes tan solo tenían que esperar. Pero Elisabeth
estaba aburrida de esperar. Durante su enclaustramiento el Ordenador Central le
había dado los nombres de dos pretendientes, mas Elisabeth no había querido
conocerlos. Aunque físicamente le habían gustado, no poseían, ni mucho menos,
el atractivo de Erik. Por contrato, Elisabeth no podía renunciar a más de dos
pretendientes, por lo que tan sólo le quedaba una última oportunidad para
encontrarse con Erik. Si el Ordenador Central le daba otro nombre distinto,
estaría obligada a conocer a esa persona. Si se negaba, la expulsarían
automáticamente y volvería a su casa. Un día de finales de abril, su suerte
cambió.
Como de costumbre, Elisabeth se levantó a las
ocho de la mañana, miró el parte meteorológico y fue al baño para darse una
ducha. Mientras tarareaba la canción Moon
River, el Ordenador Central comenzó a pitar. Se puso muy nerviosa. Salió de
la ducha a todo correr, se secó y volvió a su habitación. En la pantalla del
ordenador lo pudo leer bien claro: Emparejamiento
positivo. Pretendiente, Erik Petersen. Por favor, pulse aceptar para mostrar su
conformidad. El mensaje se repitió una y otra vez hasta que Elisabeth salió
de su asombro. Sin dudarlo, pulsó en aceptar y se preparó para el encuentro que
tendría lugar al día siguiente. No podía creerlo; tras esperar durante cinco
años, por fin volvería a ver a Erik. Aunque no era creyente, esa noche rezó porque
Erik también hubiese aceptado quedar con ella. Y por primera vez en mucho
tiempo, no abrió el libro para leer la última frase.
Era un día bastante frío. Elisabeth se
ajustó la chaqueta de piel sintética y aceleró el paso. No quería llegar tarde
al parque, donde había quedado con Erik. Por un momento se sintió mal por él,
puesto que lo estaba engañando. De pronto, dudó de lo que estaba haciendo. ¿Cómo
reaccionaría Erik cuando viese que Elisabeth Norton era, en realidad, Laura
Parker? ¿Y si no quería volver a verla? ¿Seguiría sintiendo algo por ella? Lo
que estaba claro era que Erik se había inscrito en el POC, y eso significaba
que aún no había encontrado al amor de su vida. Cuando llegó al parque pudo ver
a Erik de espaldas, sentado en un banco metálico. El pañuelo rojo que llevaba
atado en el brazo indicaba que era él. Elisabeth recordó los buenos momentos
que habían pasado juntos: los paseos por las calles de Chicago, los besos
furtivos en la biblioteca de la universidad, las películas que solían ver
juntos los domingos por la tarde, las borracheras bajo el cielo estrellado, las
largas noches que pasaban en el bar charlando sobre la soledad humana y el
impacto que habían tenido las nuevas tecnologías en sus vidas… Se acercó
sigilosamente, le tapó los ojos con las manos y dijo con voz dulce:
-Hola Erik, ¿sabes quién soy?
-Puedes ser… ¿Elisabeth Norton?
–contestó una voz grave.
Sin
quitar las manos de la cara de Erik, volvió a intentarlo:
-¿No te suena mi voz? ¿No te resulta
familiar?
Erik
se tomó su tiempo antes de contestar.
-La verdad es que no me suena tu voz.
¿Cómo quieres que sepa quién eres si es la primera vez que coincidimos?
Esta
vez fue a ella a quien le resultó extraña aquella voz. Soltó sus manos, le dio
la vuelta al banco y se llevó una desagradable sorpresa. Aquella persona… no
era Erik Petersen. Era un extraño. Y si realmente era él, se había gastado un
dineral en operaciones de estética.
-¿Quién
eres? –preguntó con voz temblorosa.
-Soy
Erik Petersen, tu cita.
-¡Mentira!
¡Eres un impostor!
-Por
supuesto que soy Erik. Y tú eres Elisabeth.
-¡No
soy Elisabeth Norton, idiota! Me llamo Laura Parker. Y se suponía que tú eras
Erik Petersen.
Aquel
hombre extraño se puso a reír como un poseso hasta que se le saltaron las
lágrimas. Cuando recobró la compostura, soltó:
-Tienes
razón, soy un impostor. Pero por lo que veo, tú también lo eres. No te
preocupes, esta situación es más habitual de lo que crees. Son cosas que pasan.
-¿Qué?
¿Cómo que son cosas que pasan? –ella no salía de su asombro.
-Pues
eso… la suplantación de identidad. Las condiciones para buscar pareja son tan
estrictas, que somos muchos los que nos saltamos las reglas. No sé de qué te
asombras, tú misma lo has hecho.
A
Laura (ya no le hacía falta fingir que era otra persona) se le humedecieron los
ojos. Llena de impotencia, no le quedó otra cosa que lanzar la gran pregunta:
-¿Qué
has hecho con Erik? ¿Dónde está?
El
hombre se levantó y, mirando fijamente a los ojos de Laura, dijo:
-Lo
tuve que matar para poder entrar en el Programa Oficial de Contactos.
Al
escuchar aquellas fatídicas palabras, Laura se derrumbó completamente. Todos sus
esfuerzos habían resultado baldíos; había luchado, en vano, para reencontrarse
con Erik; había vagado durante cinco años por un desierto y, cuando creía haber
divisado el oasis salvador, se dio de bruces con la realidad. Aquel oasis era
un espejismo que le obligaría a seguir caminando por el mismo desierto
traicionero. La vida es como una estación donde las personas esperan para
subirse a un tren que los lleve a un lugar diferente, a otro andén donde las
personas que esperan son distintas. Los problemas surgen cuando uno llega tarde
y pierde el tren, o cuando el tren no es como uno esperaba que fuese. Y como el
mismo tren nunca pasa dos veces en nuestras vidas, un tren perdido es una
oportunidad perdida. En definitiva, Laura comprendió que no volvería a ver a
Erik nunca más.
Cuando
volvió a su habitación, cogió el libro, un bolígrafo, e hizo la siguiente
corrección:
“Aunque luchemos con todas
nuestras fuerzas para encontrar el amor, la vida seguirá siendo igual de
injusta y caprichosa.”
Bailas tanto con los nombres.
ResponderEliminarQe al final no se quien es quien.
Esta bien la istoria , como te as metido en el papel de una mujer despechada .mmmm. no se no se.