domingo, 28 de abril de 2013

La típica historia de amor


Nota del autor: es una historia basada, casi casi, en hechos reales.


“Porque el amor es un estado placentero que nos hace olvidar, por momentos, lo injusta y caprichosa que es la vida.”

Eran las últimas palabras que Elisabeth Norton leía cada noche antes de acostarse, la frase que le permitía aferrarse a aquella mentira en la que se había convertido su vida. Pero no le importaba. De hecho, en el año 2175, las vidas de todas las personas estaban conformadas por pequeñas mentiras. Las pocas verdades que aún se conservaban estaban escondidas en unos pocos libros físicos, como aquel ejemplar rústico que guardaba celosamente en la cabecera de su cama. El mundo se había convertido en un lugar frío donde la tecnología había reemplazado a los sentimientos humanos, convirtiendo a las personas en expositores andantes de hipocresía y falsa felicidad. Pero… ¿para qué sirve estar rodeado de tecnología si uno no se tiene con quién comunicarse? solía preguntarse Elisabeth todos los días. Era una mujer enérgica, con carácter, de unos cuarenta años (no era fácil saber su edad exacta porque las mujeres, cuando pasan de los treinta y cinco años, siempre tienden a mentir sobre su edad) que había logrado colarse en el Programa Oficial de Contactos (POC) avalado por el Estado.
El POC era la única manera legal de poder encontrar pareja. Evidentemente, había otras formas de conocer gente y de relacionarse, pero si uno quería ir más allá, debía rellenar un formulario estándar, apuntarse en el registro y esperar a que, con suerte, le llamasen para la siguiente fase. Una vez superada la primera fase, uno debía pagar una gran suma de dinero y prestarse a multitud pruebas físicas, genéticas y psicológicas para ver si cumplía los requisitos mínimos como para que lo consideraran apto para tener descendencia. Obviamente, no todo el mundo podía apuntarse en el POC, en especial los más pobres y los propensos a suspender las pruebas. De este modo, el Estado mataba dos pájaros de un tiro: por un lado recaudaba muchísimo dinero y, por otro, podía llevar a cabo un control poblacional. Entonces, si los únicos que podían encontrar pareja y tener descendencia eran los más guapos y ricos, ¿cómo pudo Elisabeth, una mujer con escasos recursos económicos, entrar en el POC? Pues porque, en realidad, Elisabeth Norton no era Elisabeth Norton. Era otra persona.
Laura Parker nació en una familia pobre, a las afueras de Chicago, en un gueto construido por el Estado para la gente con pocos recursos. Era la hija mayor de los Parker, un matrimonio formado por un padre alcohólico y una madre depresiva. Acudió a un colegio religioso y se pasó la mayor parte de su infancia cuidando de sus cuatro hermanos pequeños. Por ello, apenas tuvo tiempo para relacionarse con chicos de su misma edad. A los dieciocho años obtuvo una beca parcial y pudo estudiar sociología en la Universidad pública de Chicago. Por las mañanas acudía a clase y por las tardes trabajaba de camarera en un antro de mala muerte, en un barrio de las afueras de la ciudad. Fue allí donde conoció a Erik Petersen, un chico apuesto y desvergonzado que no tenía problemas económicos. La familia de Erik era rica. Ambos congeniaron enseguida y a pesar de haber nacido en ambientes totalmente diferentes, no dudaron en salir juntos. Dicen que los polos opuestos se atraen. Pero, tras cinco meses de relación, las cosas se complicaron bastante: la familia de Erik quería que encontrase a una chica de su nivel, e hizo todo lo posible para separarlos. Al final, Erik decidió dejar a Laura y no volvieron a verse nunca más.
Laura, con el corazón destrozado, se centró en sus estudios y consiguió terminar la carrera. Intentó olvidar a Erik y, a pesar de que quedó con un par de chicos, su corazón seguía latiendo por Erik. Un día, estaba sentada viendo su televisión holográfica, cuando un anuncio del canal público le llamó la atención: ¡Atención joven! ¿Quieres encontrar al amor de tu vida? ¡Esta es tu oportunidad! Nace el POC, el Programa Oficial de Contactos, gracias al cual podrás formar una familia. Si estás interesado, llama al número 672433XXX. Lo que el anuncio no decía era que había que pagar un dineral para poder entrar en el programa. Y peor aún, que a partir de ese momento el POC pasaría a ser la única forma legal de tener descendencia. Cuando llamó al número de teléfono, la persona que le atendió le dijo amablemente que se olvidase del asunto si no podía pagar diez mil dólares en metálico. Y no aceptaban el pago a plazos. Desilusionada, Laura siguió lamentándose por su desdichada vida durante un par de semanas hasta que se le ocurrió una gran idea: suplantaría a una mujer que estuviese dentro del POC. Pero… ¿cómo iba a hacerlo? Laura se acordó de Mark, un amigo que había conocido en la universidad. Mark era un friki de la tecnología, un empollón que se pasaba horas delante del ordenador manipulando algoritmos y programando para empresas de software. Con su ayuda, Laura se coló en el registro y se hizo con la lista de todos los aceptados. Allí es donde leyó por primera vez el nombre de Elisabeth Norton, una mujer de unos cuarenta años que vivía en Chicago, no muy lejos de donde se encontraba su casa. Laura decidió ir a hacerle una visita.
Elisabeth Norton era una mujer alta, delgada, que se había gastado una fortuna en operaciones de estética. De eso no había duda. Sumando el coste de la nueva cara (pómulos, labios, barbilla…) el culo y las tetas de silicona, habría superado con creces los diez mil dólares que costaba apuntarse al POC. Probablemente era el precio que había que pagar por cumplir con los requisitos físicos exigidos. Laura observaba la piel sin arrugas de Elisabeth mientras tomaba un café en el salón de su nueva amiga. Le explicó unas tres o cuatros el porqué de su visita:
-Necesito que me cedas tu puesto en la lista del POC. Es vital. Por supuesto, te lo pagaré, pero no de golpe –Laura esbozó una falsa sonrisa.
-Eso no va a suceder. Me ha costado muchísimo entrar, y como comprenderás no estoy dispuesta a renunciar a mi puesto. Además, lo que me pides es ilegal.
-¡A la mierda con la legalidad! –gritó-. He de entrar en el programa para buscar a Erik. ¿No lo comprendes? Te daré los diez mil dólares en cuanto pueda. Te lo prometo.
-No es solo cuestión de dinero. Ya he sobrepasado los treinta y cinco años y necesito formar una familia. Es mi última oportunidad –dijo Elisabeth.
-¡También es mi última oportunidad!
         Siguieron charlando un buen rato sin llegar a un acuerdo. Las súplicas de Laura se difuminaron en el mar de indiferencia de Elisabeth. Llegados a ese punto, Laura hizo lo que haría prácticamente cualquier mujer por amor: sacó un cuchillo afilado de su bolso y le asestó tres cuchilladas en el cuello a su anfitriona (las mujeres pueden llegar a ser muy despiadadas, especialmente entre ellas). Así es como Laura Parker se convirtió en Elisabeth Norton. Antes de marcharse, se llevó un libro rústico que se titulaba: Historia de amor.
Elisabeth volvió a cerrar el libro por enésima vez y se echó a dormir. La cama del Centro Oficial de Contactos no era tan cómoda como la de su casa, pero era mejor que tumbarse en el frio suelo. Llevaba mes y medio encerrada en aquel cubículo, esperando a que el Ordenador Central le devolviese el nombre de su amado para poder tener una cita, pero el ansiado encuentro no se producía. Era muy posible que Erik ni siquiera estuviese inscrito en el POC, pero aquella era una posibilidad que Elisabeth ni se planteaba. El Ordenador Central cotejaba todos los datos disponibles en su base de datos (edad, características físicas y psicológicas, aficiones…) y proporcionaba los nombres de las dos personas que más se asemejaban. Los pretendientes tan solo tenían que esperar. Pero Elisabeth estaba aburrida de esperar. Durante su enclaustramiento el Ordenador Central le había dado los nombres de dos pretendientes, mas Elisabeth no había querido conocerlos. Aunque físicamente le habían gustado, no poseían, ni mucho menos, el atractivo de Erik. Por contrato, Elisabeth no podía renunciar a más de dos pretendientes, por lo que tan sólo le quedaba una última oportunidad para encontrarse con Erik. Si el Ordenador Central le daba otro nombre distinto, estaría obligada a conocer a esa persona. Si se negaba, la expulsarían automáticamente y volvería a su casa. Un día de finales de abril, su suerte cambió.
 Como de costumbre, Elisabeth se levantó a las ocho de la mañana, miró el parte meteorológico y fue al baño para darse una ducha. Mientras tarareaba la canción Moon River, el Ordenador Central comenzó a pitar. Se puso muy nerviosa. Salió de la ducha a todo correr, se secó y volvió a su habitación. En la pantalla del ordenador lo pudo leer bien claro: Emparejamiento positivo. Pretendiente, Erik Petersen. Por favor, pulse aceptar para mostrar su conformidad. El mensaje se repitió una y otra vez hasta que Elisabeth salió de su asombro. Sin dudarlo, pulsó en aceptar y se preparó para el encuentro que tendría lugar al día siguiente. No podía creerlo; tras esperar durante cinco años, por fin volvería a ver a Erik. Aunque no era creyente, esa noche rezó porque Erik también hubiese aceptado quedar con ella. Y por primera vez en mucho tiempo, no abrió el libro para leer la última frase.   
         Era un día bastante frío. Elisabeth se ajustó la chaqueta de piel sintética y aceleró el paso. No quería llegar tarde al parque, donde había quedado con Erik. Por un momento se sintió mal por él, puesto que lo estaba engañando. De pronto, dudó de lo que estaba haciendo. ¿Cómo reaccionaría Erik cuando viese que Elisabeth Norton era, en realidad, Laura Parker? ¿Y si no quería volver a verla? ¿Seguiría sintiendo algo por ella? Lo que estaba claro era que Erik se había inscrito en el POC, y eso significaba que aún no había encontrado al amor de su vida. Cuando llegó al parque pudo ver a Erik de espaldas, sentado en un banco metálico. El pañuelo rojo que llevaba atado en el brazo indicaba que era él. Elisabeth recordó los buenos momentos que habían pasado juntos: los paseos por las calles de Chicago, los besos furtivos en la biblioteca de la universidad, las películas que solían ver juntos los domingos por la tarde, las borracheras bajo el cielo estrellado, las largas noches que pasaban en el bar charlando sobre la soledad humana y el impacto que habían tenido las nuevas tecnologías en sus vidas… Se acercó sigilosamente, le tapó los ojos con las manos y dijo con voz dulce:
         -Hola Erik, ¿sabes quién soy?
         -Puedes ser… ¿Elisabeth Norton? –contestó una voz grave.
Sin quitar las manos de la cara de Erik, volvió a intentarlo:
         -¿No te suena mi voz? ¿No te resulta familiar?
Erik se tomó su tiempo antes de contestar.
         -La verdad es que no me suena tu voz. ¿Cómo quieres que sepa quién eres si es la primera vez que coincidimos?
Esta vez fue a ella a quien le resultó extraña aquella voz. Soltó sus manos, le dio la vuelta al banco y se llevó una desagradable sorpresa. Aquella persona… no era Erik Petersen. Era un extraño. Y si realmente era él, se había gastado un dineral en operaciones de estética.
-¿Quién eres? –preguntó con voz temblorosa.
-Soy Erik Petersen, tu cita.
-¡Mentira! ¡Eres un impostor!
-Por supuesto que soy Erik. Y tú eres Elisabeth.
-¡No soy Elisabeth Norton, idiota! Me llamo Laura Parker. Y se suponía que tú eras Erik Petersen.
Aquel hombre extraño se puso a reír como un poseso hasta que se le saltaron las lágrimas. Cuando recobró la compostura, soltó:
-Tienes razón, soy un impostor. Pero por lo que veo, tú también lo eres. No te preocupes, esta situación es más habitual de lo que crees. Son cosas que pasan.
-¿Qué? ¿Cómo que son cosas que pasan? –ella no salía de su asombro.
-Pues eso… la suplantación de identidad. Las condiciones para buscar pareja son tan estrictas, que somos muchos los que nos saltamos las reglas. No sé de qué te asombras, tú misma lo has hecho.
A Laura (ya no le hacía falta fingir que era otra persona) se le humedecieron los ojos. Llena de impotencia, no le quedó otra cosa que lanzar la gran pregunta:  
-¿Qué has hecho con Erik? ¿Dónde está?
El hombre se levantó y, mirando fijamente a los ojos de Laura, dijo:
-Lo tuve que matar para poder entrar en el Programa Oficial de Contactos.
Al escuchar aquellas fatídicas palabras, Laura se derrumbó completamente. Todos sus esfuerzos habían resultado baldíos; había luchado, en vano, para reencontrarse con Erik; había vagado durante cinco años por un desierto y, cuando creía haber divisado el oasis salvador, se dio de bruces con la realidad. Aquel oasis era un espejismo que le obligaría a seguir caminando por el mismo desierto traicionero. La vida es como una estación donde las personas esperan para subirse a un tren que los lleve a un lugar diferente, a otro andén donde las personas que esperan son distintas. Los problemas surgen cuando uno llega tarde y pierde el tren, o cuando el tren no es como uno esperaba que fuese. Y como el mismo tren nunca pasa dos veces en nuestras vidas, un tren perdido es una oportunidad perdida. En definitiva, Laura comprendió que no volvería a ver a Erik nunca más.

Cuando volvió a su habitación, cogió el libro, un bolígrafo, e hizo la siguiente corrección:

“Aunque luchemos con todas nuestras fuerzas para encontrar el amor, la vida seguirá siendo igual de injusta y caprichosa.”

1 comentario:

  1. Bailas tanto con los nombres.
    Qe al final no se quien es quien.
    Esta bien la istoria , como te as metido en el papel de una mujer despechada .mmmm. no se no se.

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