Las palomas del parque se lanzaron
sobre el trozo de pan que Oscar les lanzó desde el banco de madera, pero para
cuando se movieron, un avispado gorrión ya se había llevado más de la mitad del
preciado regalo. Era como si aquellas bestias del Parque del Retiro hubiesen
salido de la película Los Pájaros, de
Hitchcock.
Oscar estaba emocionado y entusiasmado
por el nuevo camino que iba a emprender en su vida, y por eso quería disfrutar
de un día soleado con su prometida Concha, con quien se casaría tras cuatro
años de intenso noviazgo. La verdad es que no tenían mucho dinero, y aunque
ella repetía una y otra vez que quería un acto sencillo, él sabía perfectamente
que debían casarse por todo lo alto. Para lograrlo, había diseñado un plan
aparentemente perfecto e infalible que, muy a su pesar, no parecía ser del
agrado de Concha.
Concha estaba tardando en llegar y a
Oscar no le quedaba más pan para alimentar a los pájaros. Justo cuando se
disponía a levantarse para estirar las piernas, vio la figura alta y delgada de
su amada que se acercaba a toda velocidad. Parecía estar totalmente disgustada.
-¡Eres imbécil! Cómo has podido… -la
respiración entrecortada le impidió seguir.
-Buenos días cariño, yo también te
quiero mucho –respondió Oscar de forma jocosa.
Las palomas se largaron a otro lugar
del parque, como si supiesen de antemano que iba a suceder algo malo. Tras
recobrar el aliento, Concha volvió a atacar:
-¡Es lo más estúpido que has hecho en
tu vida! Durante cuatro años te he perdonado muchas cosas, pero esto es
inadmisible. Espero que sea una broma todo lo que me has contado por teléfono.
-No es ninguna broma. Ya está todo
pensado.
-¿Qué? ¡Podrías habérmelo consultado
antes!
-Quería
darte una sorpresa.
-¡Pues lo has conseguido, idiota!
Antes de seguir con la charla, Oscar
dejó que Concha se calmara un poquito. Después, la agarró del brazo y se
pusieron a caminar.
-¿No querrías tener más dinero? ¿No te
gustaría poder vivir sin preocupaciones?
-No sé a dónde quieres llegar. Está
claro que no nos podemos permitir una boda decente, ¡pero tú has hecho justo
todo lo contario! ¡Nos has llevado a la ruina! –Concha volvió a encolerizarse.
-No es verdad. De hecho, nos vamos a
hacer de oro. ¿Recuerdas lo que me dijiste el sábado pasado cuando estábamos
viendo la película Thelma y Louise?
-¿A qué viene ahora la película que
vimos la semana pasada?
-Me refiero a la última escena, donde
Susan Sarandon y Geena Davis están a punto de saltar al precipicio. Te pregunté
si estarías dispuesta a cualquier cosa con tal de luchar por nuestra libertad,
y respondiste que sí. Me prometiste que estaríamos juntos. Y por mucho que nos
queramos, el dinero determina el rumbo de nuestras vidas.
-¡Pues ahora mismo lo que está al borde
del precipicio es nuestra relación!
Se detuvieron a la altura del Palacio
de Cristal para contemplar a los patos que nadaban en el lago. Oscar intentó tranquilizarla
de nuevo.
-No te preocupes cariñó, lo tengo todo
estudiado. Las matemáticas no engañan. Según los cálculos, tenemos muchas
posibilidades de ganar dinero. Es verdad que existe la posibilidad de que
perdamos todo lo invertido pero… es bastante improbable.
-¿Improbable? ¡Pero si te has gastado
todos nuestros ahorros de boda en comprar billetes de la Lotería de Navidad!
-El riesgo es mínimo. He aprendido de
las películas Casino, El Golpe y… -Concha no le dejó seguir. Estaba
a punto de estallar.
-¡Pero qué dices! ¿Te crees que vivimos en una película? ¿Piensas
que los de la lotería son tontos, que no lo tienen todo perfectamente
estudiado?
-Ten fe, mi amor. Con la cantidad de de
décimos que he comprado nos tiene que tocar algo.
-Primero me hablas de matemáticas y
luego de tener fe, no hay quien te entienda. Además, en esas películas que
comentas jugaban a cartas y timaban a la gente. Robert De Niro, Robert Redford
y Paul Newman no se dedicaban a gastar todos sus ahorros en billetes de
lotería.
-No
sé qué más puedo decir –Oscar agachó la cabeza y miró al suelo-. Es demasiado
tarde para dar marcha atrás.
-Ya puedes empezar a rezar. Como
perdamos todo el dinero vas a volver a vivir con tu madre.
“Con mi madre, por lo menos, no
discutiré tanto” –pensó Oscar.
Siguieron paseando en silencio un buen
rato. Hacia el mediodía, unos oscuros nubarrones cubrieron el cielo y comenzó a
llover. Decidieron regresar a casa. Oscar se acercó a Concha y le dio un beso
en la mejilla. Luego, dijo:
-Cariño…
-¿Sí?
-Antes de volver quiero pasar por el
videoclub para alquilar una película.
-¿Cuál vas a escoger?
-Postdata:
te quiero, de Richard LaGravenese.
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