Erase una vez un
rey, como en todas las historias respetables. No era malvado, es más, realmente
era simpático y bueno. No era tampoco viejo y malo, realmente era joven y
bello. Estaba casado, naturalmente, y su mujer era joven y simpática como él.
Ambos amaban las fiestas,
el baile, los chistes y sobre todo los dulces. “Qué reino más agradable”,
pensarán ustedes. “Qué contentos vivirán sus súbditos”, pensarán. Bah, no
tanto. Es más, realmente no eran felices para nada. El hecho es que Rey
Invierno y Reina Tormenta eran, altos, fuertes, robustos, y estaban siempre en
continuo movimiento, por lo tanto, como podéis pensar tenían siempre calor.
“¡¡¡Maldición,
abran esas ventanas!!!”, tronaba a menudo el soberano. “¿Queréis asarme vivo?”
“Encended el ventilador”, ordenaba su consorte “¡Este calor me derretirá como
el azúcar en el te!”
Al respecto es
necesario recordar que Invierno y Tormenta no soportaban el te: “Una bazofia
terriblemente caliente”. Y mandaban echarlo por la ventana junto con las sopas,
salsas y menestras.
Es inútil decir
que los platos preferidos sobre la mesa real eran los helados, carámbanos,
granizados y bebidas frías del frigorífico.
Invernopoli no estaba lejos del mar, es más,
realmente estaba construido donde soplaba siempre un viento gélido.
En las ventanas
del palacio había numerosos bordados de escarcha y hielo, los cuales la reina
encontraba graciosísimos mientras que el rey practicaba sus ejercicios
militares con sus muñecos de nieve.
Los soberanos se
encontraban tan cómodos con el frío que decidieron ordenar a todos los
súbditos, por su bien, que dejaran siempre abiertas las ventanas, encendidos
los ventiladores, y el frigorífico lleno. Con la prohibición absoluta de usar
estufas y radiadores.
El tiempo pasaba
no muy alegremente, realmente pasaba escalofriadamente lento, hasta que un día mientras fuera nevaba la reina dio a luz a
dos gemelos delgados y delicados. Les llamarían Resfriado y Gripe. El gran médico
de la corte con una mirada muy seria comunicó a los padres: “Vuestros hijos no
vivirán por mucho tiempo si no los tenéis bien arropados y al calor”. Invierno
y Tormenta se miraron estupefactos mutuamente, no podían creer aquello que
habían oído pero seguirían los consejos del doctor ya que amaban a los recién nacidos.
El médico continuó: “Muchos de vuestros súbditos también tienen hijos pequeños
que difícilmente conseguirán sobrevivir”. Su tono era muy serio y los soberanos
entendieron su error.
Hicieron
distribuir madera para encender las calderas y calentarse, y cancelaron la ley
sobre las ventanas y los ventiladores. Solamente en los aposentos reales el
hielo continúa actuando como maestro, e Invierno y Tormenta, para poder jugar
con sus hijos en sus calientes habitaciones, se adjudicaron sendos trajes de baño.
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