… la
decisión era difícil. De una u otra manera sabía que la parca, camuflada bajo
uniforme sureño, le esperaba en la orilla. En estado dubitativo, conocedor del
fatal desenlace, vivencias y pensamientos reprimidos durante años comenzaron a
rondarle. Y… se dejó llevar. Divagó. Uno, dos, diez minutos… un lapso indefinido
de tiempo irrecuperable. El cansancio y la certeza de una muerte próxima le
proporcionaron la calma que precede a lo inevitable en los hombres fuertes de
espíritu.
El croar de una rana le sacó de su
ensoñación. Pero ya era demasiado tarde. Las gélidas y, consecuentemente, faltas
de nutrientes aguas del río Kaskaskia habían hecho efecto. No sentía sus
piernas. Ahí estaban, pero no podía moverlas. En cuanto a sus ‘partes
sagradas’, pequeños peces hambrientos las devoraban cual manjar navideño en
mesa de indigentes. Obviamente, se dejó arrastrar por la corriente. Ya no valía
la pena seguir viviendo.
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