miércoles, 19 de diciembre de 2012

Cuento sin final



Idea sacada del relato “Un cuento sin final” de Mark Twain.

Estimado lector:

El siguiente relato no tiene final, por lo que si tiene usted tareas más importantes que hacer, le sugiero que se ponga a ello inmediatamente, no quiero que pierda su valioso tiempo. Si es usted mujer, es mejor que quede con sus amigas, y si está casada, puede hacerle creer a su marido que tiene él toda la razón. Por el contrario, si es usted un hombre, hable con su mujer y haga como que la entiende. De cualquier manera, haga lo que desee, no soy yo quién para decirle qué es lo que debe o no debe hacer. No obstante, si es paciente y agradece una buena lectura, sobre todo ahora que comienza a hacer frío y se acerca la Navidad, no le defraudará lo que tengo que contarle.
La siguiente historia me llegó por correspondencia a principios de junio de 1863, un mes antes de la Batalla de Gettysburg. Para entonces ya llevábamos un par de años de contienda y la vida no es que fuera fácil; los recursos escaseaban y la mayoría de los hombres, incluidos los jóvenes con fuerzas suficientes como para levantar un fusil Remington, se encontraban en el frente, luchando, en la mayoría de los casos, en las batallas de Virginia y Tennessee. Los hombres ya mayores como yo, poco o nada podíamos aportar, y nos pasábamos las horas analizando las palabras del Lincoln. Éramos esclavos de nuestra propia incapacidad. Por eso, cuando me llegaron las cartas de Johnny Grant alias “El Gordo”, recibí una grata sorpresa, puesto que hacía tiempo que no sabía nada de él. Me pedía ayuda, necesitaba un final para un suceso que no estaba del todo claro. He aquí el cuento sin final:
Era una noche fría y desapacible de invierno del año 1862, como la mayoría de las noches anteriores. Recostado sobre un tocón carcomido, el joven Ben Morgan jugueteaba con la misma bayoneta que le habían dado el primer día, cuando entró a formar parte del ejército Sureño. Había sido un reclutamiento forzado, a él no le interesaba para nada el tema de la esclavitud (no estaba ni a favor ni en contra) y lo único que quería era volver a casa por Navidad. De hecho, prácticamente toda su familia vivía en Iowa. Por eso, a escasas horas del amanecer, tomó la decisión que debía haber tomado meses antes; desertaría del ejército para volver con su familia. Esperaba que todavía estuviesen vivos su madre y las dos hermanas pequeñas (su padre había muerto a causa del tifus mucho antes de que hubiese comenzado la guerra). 
Aprovechando que, como de costumbre, los soldados de guardia estaban borrachos, Ben se levantó sigilosamente y se adentró en el bosque. Si quería llegar a casa sano y salvo, tendría que moverse rápido, actuar con diligencia y rezar para no cruzarse con algún grupo de soldados de la Unión. Es más, si los de su propio bando se enteraban de que había desertado, lo matarían de igual forma; en tiempos de guerra la traición se paga con la muerte. Caminar de noche por el bosque en una noche sin luna es harto complicado, cuesta mucho avanzar sin torcerse un tobillo. Por eso, Ben estuvo no menos de dos horas esquivando árboles, zarzas, ramas pinchudas y todo tipo de obstáculos que se fue encontrando por el camino. Con los primeros rayos del sol salió del bosque y llegó a un caminito de tierra sucia que le llevaría hacia el norte. A esa velocidad, calculaba que necesitaría entre cinco y seis días para llegar a casa. ¡Pero qué equivocado estaba! Los planes siempre son perfectos cuando uno se los imagina en su cabeza, pero a la hora de la verdad, el destino de un hombre se ve influenciado por sucesos que se dan a su alrededor. Al pasar de Kentucky a Illinois, Ben supo que tendría que andar con sumo cuidado, ya que los habitantes de aquellas tierras apoyaban claramente a la Unión y no dudarían en dar la voz de alarma si lo descubrían. Es más, los de su propio batallón ya se habrían dado cuenta de su ausencia y habrían mandado un destacamento para darle caza. Por eso, para descansar y recobrar fuerzas decidió esconderse entre la maleza, a un lado de la carretera, cerca del río Kaskaskia, cuyas aguas tranquilas invitaban a tomarse un respiro. Dejó su fusil en el suelo, se secó el sudor de la frente con un pañuelo que llevaba semanas sucio, se soltó todos los botones de su traje oficial y cerró los ojos. Visualizó la mesa de su casa, cubierta con la poca comida y bebida que una familia pobre puede permitirse, y a sus hermanas pequeñas peleándose por un cachito de pan duro. De pronto, un ligero chasquido le sobresaltó, devolviéndolo a la cruda realidad. No estaba solo.
Con el fusil pegado a su cuerpo, se movió con mucha cautela, dio tres o cuatros pasitos hacia la derecha y se tumbó en el suelo. Se arrastró por el barro como un reptil hasta que vio, sentado sobre el suelo desnudo, a un soldado de la Unión: era un joven soldado raso como él que estaba comiendo unas galletas, totalmente relajado. No parecía tener mucha prisa, puesto que acto seguido sacó una navaja del bolsillo derecho del pantalón y se puso a pelar una manzana. Era la ocasión perfecta para pillarlo desprevenido. Ben se levantó de golpe, corrió como un poseso y lo encañonó.
-¡Quieto ahí! ¡No te muevas! -pudo notar el miedo en los ojos de su adversario-. ¡Suelta la navaja y dime qué haces aquí completamente solo!
El joven se asustó tanto que era como si se hubiera quedado petrificado, apenas podía mover las articulaciones, sus ojos se quedaron mirando al infinito. El miedo a morir no le dejaba reaccionar como se supone que debe reaccionar un soldado que está en guerra. Al de un rato, logró dejar en el suelo todas sus pertenencias y abrió la boca.
-Estoy descansando en mi día libre –balbuceó
-¿Descansando en tu día libre? No me lo creo. Inténtalo otra vez –Ben alzó el fusil con más fuerza y se la puso a escasos milímetros de la sien.
-Te estoy diciendo la verdad, hoy es mi día libre –el soldado Unionista no dejaba de mirar hacia todos lados a medida que iba soltando las palabras-. La verdad es que llevamos unos días tranquilos y… he decidido esperar… -dejó de hablar para no dar a conocer todas sus intenciones.
-A sí que… has decidido esperas a los tuyos, ¿verdad? Y luego qué, ¿nos mataréis a mí y a los míos?
-No, no es eso. Es sólo que… no te lo puedo contar. Pondría en peligro mi vida y la de… -tampoco se atrevió a terminar la frase.
-Tu vida está en peligro ahora, no sé si te das cuenta de la gravedad de la situación. Si no me dices toda la verdad, te mataré aquí mismo.  
-No puedo… -dijo el joven soldado.
-De acuerdo, no me das otra opción –sin pensárselo dos veces, Ben apretó el gatillo del fusil y lo mató sin piedad. Fue rápido e indoloro.
El cuerpo del joven yacía muerto junto a su fusil, la navaja y los desperdicios de comida. Sin tiempo para recapacitar sobre lo que acababa de hacer, Ben lo agarró por los brazos inertes y tiró de él hasta la maleza, donde podría enterrarlo y esconderlo sin dejar huellas. Con la ayuda de la bayoneta de su fusil y las manos, levantó la tierra húmeda, llena de barro, hasta hacer un agujero lo suficientemente profundo como para enterrar el cuerpo. Pero antes de lanzarlo como un perro viejo, Ben tuvo una gran idea; intercambiaría su ropa sucia llena de barro con la del soldado muerto. Así, con un uniforme Unionista pasaría más desapercibido por aquellas tierras, sin llamar la atención. Una vez hecho el intercambio, se deshizo del cuerpo y volvió tras sus pasos para recoger todas sus cosas. Antes de reanudar la marcha, pensó que sería una buena idea darse un baño en el río Kaskasia, puesto que llevaba demasiados días sin asearse, y se quitó toda la ropa que llevaba, la misma que acababa de robarle al soldado muerto.
Completamente desnudo, corrió hacia la orilla y entró sin contemplaciones en el río. El agua estaba muy fría. Dio unas cuantas brazadas y se alejó bastante, pero no lo suficiente como para perder de vista sus pertenecías. Justo cuando iba a emprender el camino de vuelta, los gritos de una mujer le intranquilizaron.
-¡Cariño! ¿Estás aquí? ¿Dónde estás? –preguntó una jovenzuela pizpireta.
Ben se quedó inmóvil en el agua, aguantando unas bajas temperaturas que comprometían seriamente la integridad de sus partes sagradas.
-¡Jack, sal del agua, que te vas a enfriar! Te ayudaré a ponerte tus ropas.
Entonces, Ben se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. El joven soldado al que había matado, había estado esperando a su novia. Y ésta, al ver las ropas de su novio que Ben había robado, pensó que el que estaba sumergido en el agua era su novio. ¡Menudo dilema! Pero, si las cosas ya eran complicadas, se torcieron aún más cuando apareció un regimiento Sureño por la zona; era parte de su batallón, que había estado siguiéndole durante horas. No dudaron en apresar a la joven chica, que se quedó más atónita aún al ver que su supuesto novio no hacía nada para ir a ayudarla. La situación de Ben era realmente surrealista, y no sabía cómo podría salir de aquella encrucijada. Tenía distintas opciones, pero ninguna de ellas era idónea; si no hacía nada y se quedaba inmóvil en el agua, no tardaría en darle una hipotermia y moriría irremediablemente. Por el contrario, si salía del agua, la chica se llevaría un buen disgusto al ver que él no era su novio, además de que tendría que contemplar el cuerpo desnudo de un extraño. Por último, si salía del agua y llegaba a la orilla, tendría que dar explicaciones a los soldados: o mentía y decía que era un soldado Unionista, lo cual sería desmentido por la muchacha que reconocía a la perfección las ropas que pertenecían a su novio muerto, o decía la verdad y contaba todo lo sucedido desde su huída. En ambos casos, por ser un enemigo o un desertor, los soldados lo matarían. Tras unos largos  segundos, Ben se levantó y…      
 En las cartas que me envió “El Gordo” faltaba el final, no se explicaba qué había sucedido en el río justo en ese momento, cuando Ben se disponía a tomar una decisión. Lo que está claro es que algo sí sucedió, porque si no la historia no hubiese llegado a oídos de Johnny y, por consiguiente, tampoco me hubiera enterado yo. Ustedes, ¿qué creen? ¿Logró Ben Morgan salir airoso de aquella embarazosa situación?
Lo bueno de los finales abiertos es que cada uno los imagina a su manera. Partiendo de una base común, cada persona puede recoger todos los elementos que conforman la historia para darle un sentido único al desenlace. La lógica nos dice que las opciones más realistas son las tres que les he planteado con anterioridad, aunque es posible que me haya equivocado por completo. Por eso, necesito ayuda para darle un digno final a la historia del pobre Ben Morgan que tan sólo quiso volver a casa por Navidad. Esperaré de forma impaciente las respuestas de ustedes. Espero y deseo que alguno haya decidido seguir leyendo hasta el final.      

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