Una
inusitada agitación de luces y sombras dio la bienvenida al nuevo día. Los primeros rayos del sol rasgaban el ligero
manto de niebla y derretían las gotas de agua que se acumulaban sobre el verde
musgo primaveral, el mismo que con su peculiar aroma despertaba de su letargo a
los distintos seres del Bosque Encantado.
Unos
jóvenes elfos correteaban entre las rocas sueltas en busca de los tesoros que
los esforzados gnomos se afanaban en esconder bajo tierra y, como de costumbre,
la tarea resultaba inútil, puesto que los elfos apenas rasgaban unos cuantos
centímetros de hierba. A escasos metros, las sílfides revoloteaban en torno a
unas figuritas de ámbar que se formaban al borde del riachuelo, y contemplaban
maravilladas el amplio espectro de colores reflejados en el agua. Aun así, se
mantenían lo suficientemente alejadas, ya que todas eran conscientes de los
peligros que albergaban dichas aguas, y no olvidaban los conocidos poemas
élficos: Si la luna siempre nos muestra
la misma cara, es que algo tiene que esconder / Cuando las aguas del cauce
suenen por encima de los llantos de los pequeños elfos, es que algo tienes que
temer/ ¡Oh, Sol! Por qué nos abandonas durante largas horas oscuras, cuando en
tu presencia hasta los sabios gnomos temen aparecer…
El grave y profundo sonido del Cuerno
llamó a todos los habitantes del Bosque para que se congregasen alrededor del
Viejo Árbol que estaba situado al noreste, entre las putrefactas ciénagas donde
habitaban los anélidos gigantes, y los vírgenes campos de lirios bancos donde
correteaban los caballos salvajes del linaje de Pensador, el más grande y puro de los caballos que jamás haya
existido. Poco a poco los distintos seres se fueron arremolinando alrededor del
árbol, y a medida que pasaban los segundos, el silencio inicial, tan sepulcral,
dio paso un continuo goteo de susurros y comentarios. Nadie sabía con certeza
el porqué de la reunión, y dada la escasez de ocasiones en que solían reunirse,
la expectación era máxima. La última vez que lo habían hecho, hacía ya varias
décadas, habían decidido ceder unas cuantas hectáreas fértiles a los enanos
campesinos para que pudiesen cultivar las alcachofas y las berenjenas que tanto
adoraban. Desde aquella vez, nada ni nadie había demandado su presencia.
Cuando los rezagados Trolls se
sentaron, el Gran Gnomo tomó la palabra. Dicho apelativo no hacía referencia a
su estatura, puesto que no difería mucho de sus diminutos congéneres, pero la
sabiduría acumulada durante largos años le hacía merecedor de tal distinción.
Ataviado con un chaleco de algodón puro y sosteniendo un báculo decorativo de
madera, miró al rey de los cielos que proseguía en su camino hacia el cenit y
habló:
-
Buenos días, mis adorables amigos. La llamada del Cuerno ha sido escuchada y las
raíces del Viejo Árbol serán, una vez más, testigos de la grandeza del Bosque,
fiel reflejo de la armonía y el buen hacer reinante. Pero hoy la situación será
distinta, puesto que se escribirá una página adicional en el curso de la
historia. Nuestros ojos contemplarán lo que nunca han visto – un murmullo
generalizado se entremezcló con sus palabras-. Sí, hoy, por primera vez en
miles de años… un humano pisará
nuestras tierras, ya que seremos testigos de un juicio – hubo muchas caras de
asombro y una nube de sílfides se alzó en ritmos excéntricos, brillando a su
vez con una intensidad metálica-. Tranquilos, el humano es completamente
inofensivo. Además, no es mucho más alto que nuestros espigados enanos – estos
últimos sonrieron satisfechos-. ¡Que pase el humano!
Todos
los presentes giraron sus cabezas y buscaron rápidamente la oscura figura que
caminaba tranquilamente por el sendero que llegaba hasta el Árbol. Cuando el
sol borró las sombras de su cara, pudieron ver a un pequeño ser de cara redonda
y suaves contornos. Los pómulos eran de un tono color cereza y apenas tenía un
raquítico cuello, y esto hacía que su cabeza pareciese un melón montado sobre
una resbaladiza base. De un andar tranquilo, mostraba una pasividad absoluta
ante la presencia de los extraños seres y les mostraba sus pícaros dientes
cuando éstos se dirigían a él. Sus ojos eran unas enormes lentejuelas, unas
cuencas repletas de inocencia y serenidad. Cuando pasó entre un numeroso grupo
de enanos, éstos le dirigieron una amenazadora mirada, ya que deseaban que se
marchara, les desagradaba su presencia. “¡Márchate, rata asquerosa!” le hubieran
dicho, pero no lo hicieron, ya que el Gran Gnomo ordenó a los presentes que
volvieran a sus respectivos lugares. Cuando el humano llegó a la altura de una
de las raíces más gruesas del Árbol, el maestro de ceremonias sostuvo el báculo
por un extremo y con el otro le dio un ligero golpecito en la cabeza en señal
de bienvenida. Pasados unos cuantos minutos, las palabras volvieron a desfilar.
-
Comienza el juicio donde se hará justicia. Yo, Urix el Gnomo, seré quién
dictará sentencia después de escuchar las alegaciones de ambas partes. Por un
lado, tenemos al demandante Lucas y, por otro, a los demandados, los enanos del
norte – la agitación y la tensión aumentaron de golpe -. El primero en hablar
será Lucas. Por favor, cuando quieras…- el pequeño se levantó con la misma
desgana con la que un niño salta de un columpio cuando su madre le manda entrar
en casa-.
-
Mi nombre es Lucas, tengo diez años, vivo en Praga y me gusta el chocolate- su
voz era un ligero pitido monocorde-.
-
Bien, Lucas – le contestó Urix-. Me parece que has tenido algún problemilla con
alguno de tus cuentos. Quiero que les digas a los presentes, más o menos, qué
es lo que te ha pasado.
-
La maestra nos mandó que escribiésemos un cuento para que lo leyéramos en
clase. Yo lo intenté, pero no pude terminarlo- los ojos se le pusieron
vidriosos-.
-
¿Por qué?
-
Al principio pensé en escribir una historia de ciencia-ficción, pero luego
decidí que iba a ser uno fantástico. En realidad, eso es lo que me gusta, la
fantasía, porque así puedo inventarme mis propios personajes y hacer que hagan
lo que yo quiera. ¡Eso es, lo que yo quiera!
-
¡Maldito entrometido! Vas a llevarnos a la ruina – uno de los enanos ladró con
furia-.
-
Por favor, dejemos que siga.
-
Todo fue bien hasta la parte final, donde me fue imposible escribir en el papel
lo que pensaba. Aunque yo quería, mi mano no era capaz de escribir nada, ni una
sola palabra. Me quedé bloqueado en ese punto y no pude avanzar. Y la culpa es
de los enanos, que se negaron a hacer lo que yo quería. – ahora fue el grupo
entero de enanos el que empezó a gritar. A Urix le costó bastante calmarlos.-
-
Calma, calma, no desesperéis. Ahora, es vuestro turno de réplica.
Un
enano regordete de ojos saltones se alzó para hablar en nombre de todo el
grupo. Después de aclararse la garganta y tomar aire, habló:
-
Amigos, os pido que no escuchéis a ese demonio – señaló con su rollizo dedo al
chaval y miró modestamente a los presentes-. Detrás de esa cara angelical se
esconde un ser sin escrúpulos, exento de sentimiento alguno hacia la vida.
¡Está loco!
-
Alto, alto, no dejaré que insultes al demandante – Urix se mostró severo-. Ha
quedado muy clara vuestra postura, pero aun no sé cuál es la razón por la cual
os negasteis a participar en el cuento de Lucas. Durante miles de años hemos
tomado parte activamente en numerosas historias y nunca ha habido problema
alguno. Todos merecemos una explicación.
-
Lo hicimos para proteger a Blancanieves.
- ¿Cómo? No lo entiendo.
- Nos negamos rotundamente a
separarnos de ella, nunca lo hemos hecho y nunca lo haremos. No nos importa que
nos describan como unos locos paranoicos, y tampoco renunciamos a cometer
alguna insensatez que otra, pero acceder a sus peticiones… es algo inaudito e
inconcebible.
Hubo un largo silencio y los
segundos pasaron lentamente, como si alguna fuerza oscura los retuviese. El
único que no varió su semblante fue Lucas, que mantenía su sonrisa y se
mostraba completamente tranquilo. Fue Urix quien volvió a romper el incómodo
silencio.
-
Como veo que la cosa no avanza, sólo podemos hacer una cosa. ¡Que venga
Blancanieves con el Libro de Cuentos!
Una
ligera brisa silbó entre las hojas de los alisos y agitó la larga, lisa y negra
melena de la muchacha que apareció vestida completamente de blanco. El vestido
le llegaba hasta el suelo, pero las motas de polvo parecían ponerse de acuerdo
para no ensuciarlo ni lo más mínimo. Su piel era lisa, de color melocotón y sin
ninguna marca o arruga que osase desbaratar el equilibrio de su belleza. Al ver
la grácil figura que se contoneaba suavemente, Lucas recordó lo que su madre
solía decirle: “Nunca debes confundir a la Bella Durmiente con
Blancanieves. Aunque las dos duermen a la espera del beso del príncipe
salvador, la segunda no tiene tiempo para estar tranquila con tantos enanos
rondando a su alrededor.” Por esa razón, a esta última, su madre la llamaba,
despectivamente, Señora Duermevela.
A
duras penas, Blancanieves le tendió el pesado Libro de Cuentos a Urix y se
sentó cerca del Árbol al lado de las sílfides sin decir ninguna palabra.
- Veamos…- El Gnomo abrió el libro
en la sección de fantasía y escudriñó las hojas con avidez- Ende, Lewis… Aquí
estás, Lucas. Bien, procederé a leerlo:
Final feliz, por Lucas Milosz. En un bosque muy lejano vivía una mujer muy
hermosa. Su nombre era Blancanieves y no tenía demasiadas preocupaciones. Un
día, conoció a siete amigables enanitos y decidió que viviría con ellos. Más
tarde... Urix siguió leyendo unos cuantos minutos hasta que se topó con las
hojas completamente blancas. Convencido de que Lucas decía la verdad, y dada la
inocencia que éste transmitía a través del cuento, no dudó en recriminar la
actitud de los enanos.
- Me siento avergonzado. No puedo
evitar ver la cara de este niño y sentir una profunda pena – al ver la cara de
Lucas creyó contemplar a un auténtico querubín-. Me parece que habéis cometido
una auténtica irresponsabilidad. Durante mucho tiempo hemos alimentado la
imaginación de los niños y hemos mantenido viva la magia de los cuentos. Somos
como los copos de nieve que forman la ansiada primera nevada navideña:
deseables, frágiles y puros. Es verdad que a alguno de nosotros le ha tocado el
papel de malo, – movió su báculo hacia donde estaba la Bruja y ésta mostró sus
oxidados dientes- pero este hecho no deja de ser una mera anécdota, ya que
siempre debe de existir el enfrentamiento entre el bien y el mal. Por lo tanto,
y sintiéndolo mucho por los enanos, he de fallar en favor de Lucas – el chaval
se sintió observado-. Leeré la sentencia en voz alta para que no haya dudas: “Los
enanos y todos aquellos que participen en su cuento deberán acatar todas sus
órdenes. No interferirán en dicho proceso y se comprometerán a realizar su
cometido de la mejor manera posible. Ahora, dejaremos que Lucas termine su
cuento.”
Súbitamente, los sufridos enanos
comenzaron a protestar. Seguros del error que Urix acababa de cometer,
intentaron convencerle para que reconsiderase su postura. Aun así, la decisión
del Gran Gnomo era irrevocable. Sus palabras eran sagradas y no pudieron hacer
nada. Tendrían que someterse a los deseos del joven.
Rápidamente,
el Libro de Cuentos pasó de manos de Urix a manos de Lucas. Al joven no le costó
nada reconocer el fino trazo de su escritura. Rebuscó en el bolsillo interior
de su chaqueta y extrajo una pluma dorada de punta fina. Acto seguido, aferró
la pluma fuertemente con la mano derecha y escribió las últimas líneas que
darían fin a su relato: Ofendidos por la
inesperada presencia del príncipe, los enanos se enfrentaron a él duramente. No
querían que se acercase a Blancanieves y querían que volviese por donde había
venido. Discutieron largamente y, al final, pasó tanto tiempo que Blancanieves
murió a causa de la manzana envenenada que la Bruja le había dado.
Y Blancanieves,
que durante toda su estancia junto al Árbol no había dicho nada, cayó fulminada.
Y Lucas,
cómo no… sonrió de felicidad.
Buen relato.
ResponderEliminarTe falta mejorar un poco tu técnica adjetivil y salir de los colores frutales.
Ánimo! vas por buen camino
Amónimo, muchas gracias por leer el relato y dar tu opinión. Intentaré salir de los colores frutales y mejorar mi técnica ADJETIVAL.
ResponderEliminar