viernes, 7 de septiembre de 2012

Dios no juega a los dados



¿Creen ustedes en las casualidades? ¿Piensan que sus vidas están dominadas por el libre albedrío o que, por el contrario, hay un dios determinista que lo controla todo? Algunos lo llaman azar, otros hablan del destino, y los que no tienen ni puñetera idea apelan, directamente, al karma. Todo depende del punto de vista. Cuando se trata de algo negativo se habla de mala suerte o de ser gafe, pero cuando es algo positivo, los más incrédulos gritan: ¡milagro! La cuestión es que la monotonía de nuestra vida a veces es saboteada por sucesos, cuando menos, curiosos. Mi pierna escayolada da buena fe de ello. Antes de que vaya al restaurante donde he quedado para cenar, dejen que les cuente mi historia:
El miércoles de la semana pasada decidí hacerme un seguro de vida. No es que ande mal de salud, pero como pronto voy a cumplir cuarenta y cinco años, no quiero correr ningún riesgo. A las nueve de la mañana entré en las oficinas centrales de la aseguradora (mi abogado me ha dicho que no puedo desvelar el nombre de la empresa) y en media hora estaba en la calle con los papeles ya firmados. El paquete básico del seguro temporal que he contratado incluye: hasta 100.000 euros de capital asegurado en caso de muerte y 40.000 euros en caso de invalidez por accidente.
Después de guardar los papeles en una carpeta y ajustarme la cazadora me dirigí hacia el trabajo, donde había quedado con un compañero para hablar de algunos asuntos importantes. Recuerdo perfectamente que estaban haciendo obras en la calle y que era bastante complicado caminar por la acera, ya que había agujeros por todas partes. El ruido producido por los martillos mecánicos era atronador, los coches pasaban muy cerca de la acera y la gente caminaba a toda prisa. Era estresante avanzar en aquellas condiciones, en aquel pandemonio agobiante donde los únicos que parecían estar a gusto eran los obreros. Seguí sorteando obstáculos un buen rato hasta que divisé a lo lejos a la mujer más hermosa que he visto en toda mi vida; era alta y delgada, vestía de forma elegante y caminaba de manera despreocupada. A medida que nos fuimos acercando pude fijarme en más detalles: tenía el cabello liso y de color negro azabache, unos ojos marrones, ligeramente saltones, y una cara bonita, exenta de arrugas e imperfecciones. En conjunto, podría decirse que era una mujer bella y equilibrada.
A cada paso que daba el corazón se me aceleraba y un ligero hormigueo me subía por la garganta. Un sudor frio comenzó a empaparme la frente. Cuando la mujer pasó a mi lado me quedé completamente embobado, obnubilado por aquella dama angelical que parecía haber bajado desde los mismísimos cielos para caminar sobre aquella acera imperfecta. En ese instante deseé poder decirle algo, pero estaba tan paralizado que a duras penas podía mantenerme en pie. Al girarme para mirarla mejor, tropecé, choqué contra una valla metálica de obra y me caí de bruces contra el suelo, con tan mala suerte que me rompí la tibia y el peroné. Fue un duro golpe, pero lo que más me dolió no fue que me destrozara los huesos de la pierna, sino la vergüenza que sentí al advertir que la mujer se había detenido para ver si me encontraba bien. Para mi sorpresa, me invitó a tomar un café.
Algunos de ustedes se estarán preguntando si este suceso es positivo o negativo. Otros, en cambio, pensarán que es una mera anécdota que no tiene nada de extraño. Yo creo que tiene un poco de todo: por un lado me destrocé la pierna, lo cual, obviamente, no es algo bueno, pero por otro lado conseguí tomar un café con una mujer maravillosa. De hecho, esta noche volveré a estar con ella y la llevaré a cenar. Pero no está ahí la clave para percibir la excepcionalidad de la historia. Tras pasar por el hospital, volví rápidamente a las oficinas de la aseguradora para que se hiciesen cargo de los gastos derivados de mi paso por urgencias. Sin que se le inmutara la cara, el asegurador me dijo que todavía no habían tramitado mi solicitud y que, por lo tanto, no iban a soltar ni un euro. Insistí varias veces y le enseñe mi firma estampada en la copia del seguro, pero no me hizo caso. Por eso, he decidido contratar un abogado para denunciar a la aseguradora. El juicio se celebrará dentro de tres o cuatro semanas.  
Que un seguro que acabas de contratar se niegue a cumplir con sus obligaciones, el mismo día en el que te rompes una pierna, justo en el momento en el que pasa la mujer más hermosa del mundo, la cual te invita a tomar un café… sí que es una casualidad de lo más rocambolesca, fruto del destino, del azar o de lo que ustedes quieran pensar. Pero todavía hay algo más que me tiene perplejo. He entrado en la página web de la aseguradora para recopilar cierta información que me será útil en el juicio y… ¿Saben quién es la persona que está al frente de la empresa? Dejen que se la describa: es alta y delgada. Tiene el cabello liso y de color negro azabache, unos ojos marrones, ligeramente saltones, y una cara bonita, exenta de arrugas e imperfecciones.

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