El
viajero a través del Tiempo le expondrá una misteriosa cuestión.
John Titor, año 2036
Así terminaba la extraña carta que recibió
Albert Smith en su pequeño apartamento de Nueva York. Era una única hoja
amarillenta donde se resumía cómo debía construirse una máquina del tiempo, y
que detallaba la ubicación de cada elemento móvil del aparato. La carta era a
su vez una petición de ayuda, un grito desesperado donde John Titor, un
supuesto viajero venido del futuro, le solicitaba una reunión en una cafetería
de Manhattan. Como Albert era un periodista de mente inquieta, decidió fiarse
de aquella frase modificada de H. G. Wells y no dudó en preparar todo lo
necesario para tal inesperado encuentro.
En el Café Lalo se respiraba tranquilidad,
el local estaba lleno de flores y luces que se amontonaban por toda la estancia
y, aunque tenía cierto encanto, el decorado era excesivo. Tras echar un
vistazo, Albert se quitó el abrigo y se sentó en una mesa desde donde podría
observar a todas las personas que entrasen en el local. ¿Cómo sabría quién era
John Titor? La respuesta no se hizo esperar.
-Un té helado para mí y un café con
leche para el señor Smith. Invito yo –dijo una voz grave desde la esquina
opuesta-.
Albert observó a un hombre alto,
cuarentón y de marcadas facciones que se acercó lentamente hasta su mesa. Sin
pedir permiso, tomó asiento y sonrió. Después, volvió a hablar:
-El tiempo no le ha hecho un gran
favor, se conserva usted muy mal.
-¿Disculpe? ¿Acaso nos conocemos?
-Por supuesto que sí. Pero es culpa
mía, no me he expresado con claridad. Quiero decir que el paso del tiempo no le hará un gran favor. Porque…
usted es el señor Albert Smith, ¿verdad?
-Así es. Y por esa horrorosa chaqueta, deduzco
que usted es… John Titor –soltó Albert.
-¡Exacto! veo que le ha llegado el
mensaje que le mandaré dentro de unos
años.
A Albert no le gustaba aquel hombre.
Era engreído, socarrón, y parecía mostrar cierto desprecio hacia todo lo que
tenía a su alrededor. Sin perder tiempo, fue directamente al grano:
-¿Qué quiere de mí? ¿Para qué me ha
citado?
-En realidad, será usted quien me
pedirá que venga aquí. Técnicamente, sus palabras textuales serán: “vuelva al
año 2001 y encuéntrese conmigo en el Café Lalo. Después de pedir un té y un
café con leche, yo criticaré su chaqueta y usted podrá pedirme el dinero que me
debe actualmente”.
-¿Qué? Usted está loco. –aquella historia era poco creíble-. ¿De
verdad quiere que crea que es usted un viajero del tiempo?
-No es cuestión de que lo crea o no. Es
un hecho objetivo que se puede demostrar de manera científica. Pero no es
momento de dar explicaciones. Se lo repetiré de otro modo. ¿Podría usted darme,
no sé… unos cien dólares, para que vuelva al futuro y pueda saldar la deuda que
tengo con usted? –John volvió a sonreír.
Aquel hombre estaba alucinando. Debería
estar en un psiquiátrico.
-Está
diciendo que, para pagarme una deuda
del año dos mil treinta y seis, ¿quiere que yo
le dé mi dinero?
-Sí.
La idea es magnífica. Si ingreso esos cien euros en un banco ahora mismo y los
invierto en bolsa, dentro de 35 años tendré unos beneficios tremendos. Así, podré
pagarle todo lo que le debo y me sobrará dinero para comprarme una chaqueta más
moderna. ¿No es perfecto?
Albert
no salía de su asombro y su paciencia se estaba agotando. Hizo lo que cualquier
hombre cuerdo hubiese hecho.
-¡Lárguese
de aquí y no vuelva si no quiere que llame a la policía! ¡Es la mayor patraña
que he oído en mi vida!
-¡Pero
si la idea es suya! Si todo lo que le he dicho fuese mentira, no podría
predecir el incendio de su motocicleta.
-¿Qué?
Imposible… -un fuerte estallido interrumpió sus palabras-.
En la calle, al otro lado de la
ventana, se hizo visible una gran bola de fuego, y por la cara de asombro de
Albert, estaba claro que no le hizo mucha gracia lo que vio. Sin pensárselo dos
veces, sorteó unas cuantas mesas y rebuscó por todos lados hasta dar con un extintor.
Acto seguido, salió a la calle, quitó la anilla de seguridad, apuntó en la
dirección correcta y apagó el fuego.
Efectivamente, aquella era su
motocicleta. Mejor dicho, los restos de lo que hubo sido su motocicleta.
Cabreado por la pérdida de su vehículo, pero más asombrado aún por la certera
predicción de John, no se resistió a hacer una última pregunta que le había
estado rondando por la cabeza.
-¡Por cierto, señor Titor! –gritó desde
la calle para que le oyera bien-. ¿Cuál era la deuda que contrajo, o que contraerá, conmigo?
-¡Le di fuego a su motocicleta!
Aquellas fueron las últimas palabras
que salieron de la boca del Señor Titor. Cuando Albert volvió a entrar en la
cafetería no había ni rastro del supuesto viajero del futuro. De hecho, su
abrigo también había desaparecido. Encima de la mesa, había una nota que
rezaba:
“Muchas gracias por el dinero. Se lo
devolveré… en el futuro”.
Sin saber muy bien qué hacer, miró
hacia la barra y buscó consuelo en el camarero que estaba preparando unos
cafés.
-¿Ha visto a John Titor? El viajero del
futuro que… -se dio cuenta de que sus palabras sonaban ridículas.
El camarero se tomó su tiempo antes de
contestar. La situación le era familiar.
-¿Se ha tragado toda esa milonga? El
señor que estaba con usted se llama John Adams y es un estafador profesional. Me
parece que le han engañado, amigo mío.
-Tendré más cuidado… en el futuro –
masculló Albert.
Grande Larri, Grande!
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